Víctor Ortega
Posgrado UNAM
En Agosto de 2021 se estrenó una obra de teatro llamada “Retrato hablado”. Es, quiero pensar, de las primeras obras que permiten público en vivo desde el inicio de la pandemia. No quiero detenerme en un análisis, ni siquiera en unas consideraciones inexpertas sobre esta obra que tanto me pudo conmover. Hoy la evoco por todas las significaciones que provocó en mí y que me llevan a escribir este texto.
En esta obra, Juan Villoro, como en una auténtica sesión espiritista, invoca al fantasma de Ramón López Velarde. Quizás no en la obra misma, sino en el proceso de escritura. Imagino a Villoro tomado de las manos de una médium, una esfera de cristal en medio de una mesa redonda, con un ambiente lleno de incienso y ¡sabrá Dios por qué pienso en flores de cempasúchil! No sé si habrá ido solo, si fue una reunión de varias personas, o peor aún, no sé si fue sólo un fantasma el que se hizo presente. Un gran riesgo de estas sesiones es que, justo, pueden traspasar de otras dimensiones ánimas inesperadas e indeseables y hasta demonios, a veces también indeseables.
Esta obra muestra a Matilde Toranzo y Dolores Baeza, dos alumnas del poeta Velarde, quienes esperan a su maestro en un estudio fotográfico, pues le quieren regalar una fotografía hecha para él con motivo de la celebración de sus 33 años. Mientras lo esperan, las alumnas lo traen a su presencia rememorándolo a través de su obra. El giro que da la obra es que, mientras ellas recitan y esperan al poeta, él yacía muerto, culpa de una neumonía causada por sus paseos nocturnos bajo la lluvia. Claro que de esto no nos enteramos (ni los personajes) sino hasta el final de la obra. Mientras tanto, a lo largo de la obra, el poeta se aparecía en forma de espíritu.
El espíritu que allí se aparece se presenta a la par del diálogo de las alumnas con el fotógrafo en torno al maestro y a la situación social en el México revolucionario y posrevolucionario. Es extraño que ese fantasma me pareció menos solemne al que se puede ver en sus fotografías y al que se puede leer en sus poemas… igualmente al retrato hablado que hacen sus alumnas. Antes que poeta, nos muestran a una persona de grandes amores no correspondidos, que sentía mucho, que creía en la numerología, que quería comprarse gallinas para subsistir y que detestaba la política pero que estuvo muy cerca de volverse diputado.
Desconozco si hay información sobre la personalidad de Velarde, Villoro lo ha de saber mejor; sin embargo, el erotismo en la obra de Velarde es muestra, al igual que sus retratos, de la solemnidad poética de la trivialidad de las bajas pasiones de un hombre. Y las pasiones no son necesariamente lo más solemne. Recuerdo que Woody Allen decía que el amor es una amistad con momentos eróticos; y también que el sexo es lo más divertido que se puede hacer sin reír. La pasión y el amor, siempre que sean pasión y amor se instalan en las pulsiones de vida. Entonces creo en este Velarde juguetón y medio sinvergüenza. Posiblemente son las cosas que se esconden tras las palabras y las fachadas las que definen a las personas; la definición de ese sentimiento que ya no se puede definir más; la fruta limpiada y depurada de todo rastro de cáscara amarga.
En un momento del soliloquio del Fantasma Velarde, éste pronuncia las palabras que me traen aquí… Es conocido por muchos mexicanos la historia de que Madero era espiritista, y que fueron justo estas sesiones, en las que él era el médium, las que guiaron su camino. Un primer espíritu (Raúl) les aconsejaba a los miembros leer sobre la filosofía espiritista que les permitiera imponer el espíritu sobre el cuerpo. Un segundo espíritu (José) le anunció la gran cruzada democrática. Al fantasma Ramón Velarde le preocupa un tanto que a su muerte se comuniquen con él en sesiones espiritistas. Es aquí donde dice: leer es espiritismo.
Las apariciones y las invocaciones tienen que ver un tanto con el muerto y mucho con nosotros. No invocamos muertos por que en vida hayan sido importantes; los invocamos, en el peor de los casos, porque necesitamos que esclarezcan cómo se dividen los terrenos de la abuela… en el mejor de los casos, porque los extrañamos, no porque hayan sido importantes para el mundo sino porque lo son (aún de muertos) para nuestro mundo, que aportan las significaciones, que le dan brillo o que se lo quitan. E invoco al fantasma Fernando Vallejo (aquí me contradigo, ya que sigue vivo), quien encontró a Dios, en toda su malignidad, en los ojos de un niño drogado, con los pulmones empegotados y sin futuro. Esa escena colombiana, cuántas veces no la he visto en Neza; y duele, y aunque te desencanta de la realidad, la ilumina. Cómo podría no cargar con ese fantasma cada que camino por esta ciudad creciente que ha invadido cerros con un manto gris donde corren nuevos ríos cada vez que llueve, mientras me digo: vivo donde el mundo se comienza a curvar.
Quiero, para poder continuar, diferenciar tres tipos del mismo fenómeno; es decir, la presencia de fantasmas en este plano. Arbitrariamente señalo tres categorías: la invocación por ouija, la sesión espiritista y el poltergeist. Esto nos permite comprender la manera en que nos vamos haciendo de nuestros espíritus.
En nuestras vidas lectoras nos encontraremos, sí o sí, con fantasmas salidos de la ouija. Estos no se presentan, los buscas, es un juego de niños o adolescentes; pero jamás subestimemos los juegos de los niños: revelan su mundo interior, nos hablan de lo que viven, y nos hablan de la búsqueda de sentido que van haciendo, hay que cuidar de lo que juegan y cómo lo juegan. Jugar a la ouija puede resultar peligroso. Bien es cierto que se puede jugar en el misticismo de la noche con tu hermano; aunque siempre es mejor buscar un espacio que goce de fama de estar encantada. Uno juega sólo para ver si encuentra respuestas del más allá, no contactas a nadie en especial ¡puro morbo! Cuando niño, en mi casa existían sólo tres libros: una enciclopedia, un libro que hablaba de la llegada de los dueños de la tienda Palacio de hierro a México, y una copia del Bhagavad-gītā; apenas sobreviví, y apenas sobrevivió mi deseo. Lo siguiente fue un libro de poemas que me vendieron en la escuela a diez pesos; allí pude contactar al fantasma Neruda y al fantasma Cardenal; el primero me sirvió para agradar a mi profesora de lengua de la secundaria y el segundo hasta el día de hoy es voz de mis desgracias amorosas.
Cercano a ellos, el fantasma Monterroso me ayudó a ganar un premio de cuentos; no por la inspiración sino por el robo. Con el tiempo y con la posibilidad de moverme, conseguí llegar a esas casas embrujadas y panteones. Casi todos los fantasmas pasan por aquí, y no importa la edad que tengas, es un juego recurrente; sin embargo, son menos los que pasan al otro nivel, debido a que, en apariencia, no consiguen aferrarse a tu carne y a tus huesos.
El siguiente tipo son los de las sesiones espiritistas. En este punto ya no te interesa contactar con cualquier ente, recurres a fantasmas conocidos, aferrados a ti. Son sesiones emotivas, en las que buscas un consuelo, una guía, un regaño severo. Recuerdo a un médium en especial: Juan Villoro (el escritor de la obra de donde partimos), él en una entrevista me compartió sus fantasmas y dónde hallarlos, ahora contacto a algunos de ellos, como al fantasma Ibargüengoitia quien con humor dice que el único defecto que tienen los niños mexicanos es que son igualitos a sus padres, mientras critica y visibiliza la esencia de lo mexicano. No obstante, el mayor fantasma llegó por parte de la peor médium: cuando bachiller, la maestra de filosofía trató a este espíritu en cinco minutos y reduciéndolo al pesimismo más radical. Acepto que la negatividad me hizo buscarlo. Lo primero que de este fantasma escuché fue: hoy murió mamá o quizás ayer, no lo sé. Poco después, una lectura convulsa me hizo comprender el absurdo, rebelarme para no salir de él e hice propia su tarea: evitar que el mundo se deshaga. Ahora el fantasma Camus es mi más grande maestro, y tras él hay mil demonios más.
El último caso, el poltergeist, es un sinfín de apariciones, buenas y malas, que están allí. Con el paso del tiempo he terminado por creer que hay fantasmas con los que te encontrarás, no porque así lo quieras, sino porque ellos llegarán a ti, te esperarán en un bosque, como aquella criatura que sólo buscaba ser amado, para decirme que algo anda muy mal con la humanidad, y otro fantasma francés a decirme que para salvar a la humanidad primero hay que crearla. Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso / por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el lodo; / lleno de mí —ahíto— me descubro en la imagen atónita del agua, / que tan sólo es un tumbo inmarcesible, / un desplome de ángeles caídos… el fantasma tabasqueño Gorostiza me susurra esto, y aunque aún no lo comprendo, me conmueve enormemente. No lo busqué, ni lo necesitaba, sólo un día se hizo presente; vino azotando todo.
Estos son algunos de mis espíritus, algunos de ellos se fueron sin hacer mayor ruido, otros te poseen por mucho, mucho tiempo, a veces más del que nos podemos dar cuenta; por ejemplo, un oscuro escritor argentino recordaba haber leído en su juventud a Giovanni Papini, con el tiempo olvidó haberlo hecho. Después de muchos años, le hicieron notar que alguno de sus textos sonaba a Papini, fue entonces que recordó haberlo leído. Su fantasma no se fue, le ha poseído desde entonces, y un día por fin se hizo presente. Me recuerda al espíritu Arreola: La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
La obra fue hermosa, un espiritismo a la inversa, pensaría Villoro. Mientras camino a casa, se van presentando estos pensamientos y los viejos fantasmas se comienzan a hacer presentes. Ya es muy noche, y siento un enorme cansancio emocional. Sombras emergen por todos lados, vuelan sobre mi cabeza, se encuentran algunas de pie a mis espaldas. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Y a ti, amigo…, ¿Qué fantasmas te acechan?