Cuando muero, morimos todos

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Por Abuelo Escribano

Desde hace tiempo evité los panteones, me recordaba a mi niñez, siempre triste y un día entendí que acompañar al otro, al que se fue, y más a los otros a los que se quedan era un acto genuino de honestidad y también de rebeldía por todo lo que hicimos con esa amistad, con esa hermandad.

Un amigo dijo: ” no me gusta ir a un velorio” y pensé que gran olvido o, mejor, capacidad de olvido, de negación. Se acaba la amistad, se acaba el parentezco, se acaba el amor, y ya no hay recuerdos, la consciencia se cierra. Incluso la tierra oprime los resquicios de nuestra memoria.

Los andares me llevaron al cementerio del legado de la bisabuela, caminé mucho, busqué desviarme y encontré su herencia, su perpetuidad. Ahí estaba con su hijo, sus hijas, nietas y toda la parentela.

Vi en retrospectiva a todos con sus nombres, su historia, lo que dejaron y así inicié mis propias pérdidas. Supe el valor de mis familiares y amigos, entendí que no ver a los demás, es porque también estoy muriendo. En los velorios hablé de ellos, los goce, los vi, valore a su familia, los hice de mi pensamiento y sé que están conmigo, me río con ellos, son parte de mi cerebro, los conocí de siempre, ahora tengo la certeza de que son de mi familia.

La bisabuela y la madre decían, ” todos vamos al mismo lugar”, nunca me dieron la referencia, pero sé que en ese punto las encontraré. Junto con toda la familia inmensa y a los seres en su corazón por amor y amistad. Todos ellos fieles a qué nos veremos pronto, habrá un lugar para decirte, “ya te ví”, no te escondas y somos seres de energía, en algún momento todos nos encontraremos. Cuándo muero, todos morimos. Te abrazaré, sin duda y recordaré tu nombre, lo traigo hasta el fondo de mi inconsciente.

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